Los desiertos de los cuales compartimos hoy no son naturales sino desiertos espirituales:
Cuando atravesamos un desierto –Como es la perdida del trabajo, perdida o enfermedad de un familiar o amigo o encarcelamiento de un ser querido, etc, tenemos la opcion que tuvo el pueblo de Israel de quejarse y morir en el desierto o ser catapultado a la tierra prometida como fue la opcion de algunos, es decir buscaron de la prescencia de Dios y se aferraron a sus promesas.
Por lo general solemos pensar que todo se trata de un ataque del enemigo, y algo que no debería suceder, por lo que no deberíamos aceptar. Sin embargo, el peregrinaje de Israel después de su liberación de Egipto nos recuerda que los desiertos no son solo cuestiones del destino o artimañas diabólicas. Ellos pueden ser lugares de transformación usados por Dios para nuestro bien.
El propósito de Dios en el desierto.
400 años antes que el pueblo de Israel pasara por el desierto, Dios le dijo a Abraham lo que iva a pasar en Genesis 15: 13-16 Entonces el Señor le dijo: Debes saber que tus descendientes vivirán en un país extranjero, y que allí serán esclavos, y que serán maltratados durante cuatrocientos años. 14 Pero yo también castigaré a la nación que va a hacerlos esclavos, y después tus descendientes saldrán libres y dueños de grandes riquezas. 15 Por lo que a ti toca, morirás en paz cuando ya seas muy anciano, y así te reunirás con tus antepasados. 16 Después de cuatro generaciones, tus descendientes regresarán a este lugar, porque todavía no ha llegado al colmo la maldad de los amorreos.
El libro del Éxodo vemos cómo el pueblo de Israel había sido liberado de Egipto despues de vivir como esclavo por 430 años, con la esperanza de la tierra prometida, un lugar donde vivirían en abundancia y paz. Pero luego de cruzar milagrosamente el Mar Rojo y presenciar la destrucción del ejército egipcio, lo que Israel vio en el horizonte no fue la tierra prometida, ¡sino un desierto!
Aquella nación que marchaba con esperanza, ahora caminaba con hambre, fatiga, y frustración al no ver señal de la tierra que fluía leche y miel. Éxodo 16:1-3.
1 Partió luego de Elim toda la congregación de los hijos de Israel, y vino al desierto de Sin, que está entre Elim y Sinaí, a los quince días del segundo mes después que salieron de la tierra de Egipto.2 Y toda la congregación de los hijos de Israel murmuró contra Moisés y Aarón en el desierto;3 y les decían los hijos de Israel: Ojalá hubiéramos muerto por mano de Jehová en la tierra de Egipto, cuando nos sentábamos a las ollas de carne, cuando comíamos pan hasta saciarnos; pues nos habéis sacado a este desierto para matar de hambre a toda esta multitud.
¿Se había equivocado Dios? ¿Acaso su plan era sacarlos de Egipto para luego matarlos en el desierto? ¡No! El desierto no fue un accidente, ni un descuido de Dios para con Israel.
Cuando Moisés recordó el Éxodo mientras instruía a las nuevas generaciones, él les dijo: Deuteronomio 8:1-3.
1 Cuidaréis de poner por obra todo mandamiento que yo os ordeno hoy, para que viváis, y seáis multiplicados, y entréis y poseáis la tierra que Jehová prometió con juramento a vuestros padres.2 Y te acordarás de todo el camino por donde te ha traído Jehová tu Dios estos cuarenta años en el desierto, para afligirte, para probarte, para saber lo que había en tu corazón, si habías de guardar o no sus mandamientos. 3 Y te afligió, y te hizo tener hambre, y te sustentó con maná, comida que no conocías tú, ni tus padres la habían conocido, para hacerte saber que no sólo de pan vivirá el hombre, mas de todo lo que sale de la boca de Jehová vivirá el hombre.
El desierto y la ausencia de recursos traerían a la luz lo que había en el corazón de Israel y cuál era su nivel de compromiso con Dios, veamos a Ezequiel 20:5-8, 16
5 y diles: Así ha dicho Jehová el Señor: El día que escogí a Israel, y que alcé mi mano para jurar a la descendencia de la casa de Jacob, cuando me di a conocer a ellos en la tierra de Egipto, cuando alcé mi mano y les juré diciendo: Yo soy Jehová vuestro Dios; 6 aquel día que les alcé mi mano, jurando así que los sacaría de la tierra de Egipto a la tierra que les había provisto, que fluye leche y miel, la cual es la más hermosa de todas las tierras; 7 entonces les dije: Cada uno eche de sí las abominaciones de delante de sus ojos, y no os contaminéis con los ídolos de Egipto. Yo soy Jehová vuestro Dios. 8 Mas ellos se rebelaron contra mí, y no quisieron obedecerme; no echó de sí cada uno las abominaciones de delante de sus ojos, ni dejaron los ídolos de Egipto; y dije que derramaría mi ira sobre ellos, para cumplir mi enojo en ellos en medio de la tierra de Egipto. ……..16 porque desecharon mis decretos, y no anduvieron en mis estatutos, y mis días de reposo profanaron, porque tras sus ídolos iba su corazón.
Podemos decir que “Dios había sacado a su pueblo de Egipto, pero ahora necesitaba sacar a Egipto de su pueblo”.
La mayor necesidad que tiene el hombre en esta vida y en medio de los desiertos es una relación íntima con Dios.
Esto solo sería posible a través del desierto: un proceso largo y doloroso que va en contra de nuestra cultura y naturaleza por al menos dos razones. Primero, porque nadie quiere sufrir. Todos buscamos la superación y evitamos el dolor. Y segundo, porque todos perseguimos la satisfacción inmediata. Por ejemplo, cuando oramos no solo deseamos obtener lo que pedimos, sino que lo queremos ahora.
El relato de la creación nos enseña que toda la vida en el desierto no es el plan de Dios para la humanidad. Él creó a Adán y a Eva los puso en el jardín del Edén, un lugar maravilloso donde no encontramos referencia a un desierto o lugar de sequía. Sin embargo, “cuando Adán pecó, el pecado entró en el mundo. El pecado de Adán introdujo la muerte, de modo que la muerte se extendió a todos, porque todos pecaron” (Ro. 5:12). Ahora Dios, como Padre amoroso, busca que volvamos nuestros corazones hacia Él. Y eso fue lo que hizo con Israel en el desierto: escudriñar su corazón y disciplinarlo como un padre a su hijo (Dt. 8:5).
Así que Dios llevó a Israel al desierto de manera intencional por un tiempo. Todo era parte de su plan. “El te humilló [en el desierto], y te dejó tener hambre, y te alimentó con el maná que tú no conocías… para hacerte entender que el hombre no sólo vive de pan, sino que vive de todo lo que procede de la boca del Señor” (Dt. 8:3).
El desierto es un lugar de transformación. No importa si tu desierto se llama desempleo, silencio, enfermedad, carcel o muerte. Al salir de allí, tú serás una mejor o peor persona. Quizá resultes convirtiéndote en alguien más maduro en el Señor y más sensible a su voz… o posiblemente alguien más amargado, cínico, y desesperanzado. ¡Pero jamás saldrás igual!
Así que la pregunta clave es: ¿cómo salir victoriosos de los desiertos entendiendo la forma en que Dios puede usarlos? La respuesta está en la provisión de Dios para nosotros.
Nuestro pan en el desierto.
Para Israel, la provisión de Dios fue el maná, una sustancia desconocida y extraña que aún muchos hoy quisieran entender. Se sugiere que el nombre que el pueblo le dio a este alimento viene de la expresión hebrea “man hu”, que quiere decir “¿qué es esto?”
15 Y viéndolo los hijos de Israel, se dijeron unos a otros: ¿Qué es esto? porque no sabían qué era. Entonces Moisés les dijo: Es el pan que Jehová os da para comer. (Éx. 16:15).
Israel buscaba alimento físico, pero Dios quería una relación con ellos (Dt. 8:3). Por eso la provisión del maná era diaria, no semanal ni mensual. El Señor quería enseñarle a su pueblo —y a nosotros hoy— que más allá del alimento físico, la mayor necesidad que tiene el hombre en esta vida y en medio de los desiertos es una relación íntima con Él y en dependencia de Él.
El desierto es una buena oportunidad para profundizar en nuestra relación y comunión con Cristo.
En el desierto, donde toda fuente de seguridad y estabilidad desaparece, se hace evidente que necesitamos al Señor. Debemos conocer que Él es nuestro Dios. Por eso es importante recordar que el pueblo que murió en el desierto, no murió debido al hambre ni por lo duro de la prueba (Dt. 8:4), sino porque no creyeron en la Palabra de Dios ver Numeros 32:13
13 Y la ira de Jehová se encendió contra Israel, y los hizo andar errantes cuarenta años por el desierto, hasta que fue acabada toda aquella generación que había hecho mal delante de Jehová.
Ahora, cuando leemos el relato del Éxodo, particularmente en la provisión del maná, vemos que Moisés le declaró al pueblo: “Por la mañana verán la gloria del Señor…” (Éx. 16:7). ¡Al ver el maná, ellos verían la gloria de Dios! De manera que el maná apuntaba a Dios. Y como el mismo Jesús reveló más adelante, apuntaba a Él mismo: Juan 6:35-36 .
35 Jesús les dijo: Yo soy el pan de vida; el que a mí viene, nunca tendrá hambre; y el que en mí cree, no tendrá sed jamás. 36 Mas os he dicho, que aunque me habéis visto, no creéis.
Cuando camines por el desierto y te sientas al borde del colapso o la muerte, serás tentado a demandar señales de Dios para comprobar si existe y si no te ha olvidado. Serás tentado a murmurar contra Él y olvidar las maravillas que ha hecho en el pasado
30Le dijeron entonces: ¿Qué señal, pues, haces tú, para que veamos, y te creamos? ¿Qué obra haces? (Jn. 6:30).
Pero Dios nos llama a remover de nuestras vidas la murmuración y el deseo de ver más señales milagrosas, para que podamos enfocar la mirada en la persona a quien apunta el maná: Jesucristo.
Es posible que en tu mente sepas que Jesús es el Pan de Vida, pero en la vida cristiana saber las cosas correctas acerca de Dios no es suficiente. La vida cristiana se trata más bien de conocerlo de manera personal y real.
El desierto es una buena oportunidad para profundizar en nuestra relación y comunión con Cristo, pues Él es la verdadera y más grande provisión de Dios para sus hijos en medio del desierto. Solamente mira a Jesús y confía en Él.
¿Por qué los desiertos?
Muchas veces Dios nos guía al desierto (con el fin de madurar, crecer y pulirnos) (Mateo 4:1-11) mientras que en otras ocasiones nos dirigimos al desierto (I Reyes 17) por la manera en que hemos hecho las cosas, las fortalezas que se han levantado en nuestras vidas nos llevan a desiertos.
En cualquiera de los casos, el desierto es una prueba, de la cual podemos resultar triunfadores o morir en el camino.
Cuando Dios nos guía al desierto… es ahí donde Dios nos enseñará a poder seguir sin depender del SENTIMIENTO de su presencia, a no ser emocionales, sino a tener convicciones, es allí donde Dios no se hará sentir, aunque se encuentre a un centímetro de nosotros, eso es lo fundamental de un Invierno espiritual, la ausencia total de la presencia de Dios, aunque se encuentre justamente a un centímetro de nosotros.
Por el otro lado cuando hay fortalezas en nuestra vida, vivimos en desiertos que pueden perdurar años. Debemos reconocer esas fortalezas espirituales para poder ver la salida a los desiertos.
Nuestras ACCIONES y nuestras PALABRAS pueden levantar fortalezas. “No puedo”, “Soy inútil”, “Soy un fracasado” son ejemplos de fortalezas al igual que ataduras a pecados. Debemos declarar la guerra espiritual:
Efesios 6:12 Porque nuestra lucha no es contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los poderes de este mundo de tinieblas, contra las huestes espirituales de maldad en las regiones celestiales.
Debemos reconocer nuestra batalla, nuestros aliados, nuestros enemigos y llevarla a cabo para derribar toda fortaleza y salir del desierto. Todo esto suena terrorífico, pero EXISTE UNA BUENA NOTICIA:
«y despojando a los principados y a las potestades, los exhibió públicamente, triunfando sobre ellos en la cruz» (Colosenses 2:15)
Nuestras Armas y La armadura de Dios:
10 Por lo demás, hermanos míos, fortaleceos en el Señor, y en el poder de su fuerza. 11 Vestíos de toda la armadura de Dios, para que podáis estar firmes contra las asechanzas del diablo. 12 Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes. 13 Por tanto, tomad toda la armadura de Dios, para que podáis resistir en el día malo, y habiendo acabado todo, estar firmes. 14 Estad, pues, firmes, ceñidos vuestros lomos con la verdad, y vestidos con la coraza de justicia, 15 y calzados los pies con el apresto del evangelio de la paz. 16 Sobre todo, tomad el escudo de la fe, con que podáis apagar todos los dardos de fuego del maligno. 17 Y tomad el yelmo de la salvación, y la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios; 18 orando en todo tiempo con toda oración y súplica en el Espíritu, y velando en ello con toda perseverancia y súplica por todos los santos; Efesios 6:10-18
¿Estás dispuesto a hacer esto en medio del desierto?
En Mateo 10:28 Y no temáis a los que matan el cuerpo, mas el alma no pueden matar; temed más bien a aquel que puede destruir el alma y el cuerpo en el infierno.
El desierto es también lugar de tentación (según la Biblia es morada del demonio: Mt 4,1) y de combate espiritual. Despojado de sus frágiles seguridades humanas, el orante enfrenta «sus demonios»; es decir, salen a la luz del día las propias maldades, vicios, e inclinaciones perversas. El ser humano se ve moralmente desnudado en el desierto. Por eso el desierto es -desgraciadamente- también lugar de murmuración y de rebelión contra Dios (Ex 15; Núm 11; 14; Sal 78 y 95) en que el ser humano, no confiando en la providencia divina, «tienta» a Dios. Sin embargo, en el plan de Dios el desierto es prueba, no para hacer caer al hombre (Stgo 1,13-15) sino para hacerle madurar, para templarlo en el crisol y así fortalecer su propósito (1 Rey 19,7-15).
Pero, frente a esta necesidad sentida (sed, hambre, protección), el desierto llega a ser también el lugar donde se experimenta la providencia maravillosa de Dios (Dt 8,3-4.15-16; 1 Rey 5-6; Sal 107,9).
Dios manifiesta su poder y su amor en un continuo clima de milagros y en contacto permanente con su pueblo. Es él quien obliga al faraón a dejar que Israel salga hacia el desierto, es él quien establece el itinerario; quien precede al pueblo en el viaje, señalando el camino con una columna de fuego; envía su ángel para precederlo en el viaje; y así durante cuarenta años se asiste a una serie continua de hechos prodigiosos (Éxodo). Definitivamente, el desierto es el lugar de encuentro con Dios, lugar de la revelación de Dios.
Conclusión
Es tiempo de abrir los ojos y ver la salida del desierto, tener paciencia, paz, perseverancia y mucha FE, porque Dios no nos ha dejado solos. Él está ahí en medio del desierto esperando que lo superemos confiando en Él.